otros; como yo os he amado, que también os améis
unos a otros"
Juan 13.34
Un aficionado a la opera comento que el famoso tenor Beniamino Gigli era el segundo Enrique Caruso. Se dice que Gigli respondio: "No soy el segundo Caruso: Soy el primer Gigli". Definitivamente esta es una gran muestra de lo que debe ser amor propio, primeramente, segun su biografia Gigli En 2009 fue elegido como el mejor tenor del siglo XX, por un jurado integrado por críticos y especialistas españoles e italianos. Es considerado uno de los mejores tenores de la primera mitad del siglo XX, y junto a Enrico Caruso y Jussi Björling era el tenor predilecto para los papeles de tenor lírico en la Metropolitan Opera deNueva York antes de la Segunda Guerra Mundial. Por esto y mucho mas es razonable la respuesta de Gigli.
Con frecuencia decimos que una persona es única; no hay
nadie en el mundo como esta o la otra. Nunca habrá otra
persona como esa persona debido a sus talentos,
personalidad, creatividad, etc. Decimos cuando Dios nos
hizo, él tiró el molde.
Pero Jesucristo es únicamente diferente de cualquier otra
persona que alguna vez haya vivido.
Nadie más puede conocer a Dios como Dios mismo. "En el
principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo
era Dios. Este era en el principio con Dios " (Juan 1:1-2).
Cuando Jesús habló, Dios habló (Heb. 1:1-3).
Una enseñanza primaria en el primer siglo de las
confesiones de los Cristianos incluyó a Jesús el Hijo de
Dios, el unigénito del Padre, la segunda persona de la
Trinidad. Jesús es por toda la eternidad el Hijo de Dios
(Juan 1:1-4, 14, 18; 3:17; 11:27; 1 Jn. 3:8; 4:9-14).
En la Biblia con frecuencia el llamado al pueblo de Dios es
a ser humildes, no altivos ni orgullosos. Si lo pensamos por
un momento, la altanería y el orgullo son ambas formas de
un amor propio que nos pone a nosotros mismos en el
lugar que sólo le corresponde a Dios. Expresado de otra
manera: “Me amo tanto, que no puedo dejar que nada ni
nadie me subyugue o esté por encima de mi”. Este es un
amor torcido, sucio, corrupto, fuera de límites.
Una de las funciones del amor al prójimo es poner en su
debido lugar el amor propio (no al revés). Si amamos a los
demás como a nosotros mismos, no hay forma de que nos
amemos más de lo que los amamos a ellos.
Un ejemplo es necesario. La sociedad se rige por normas
Un ejemplo es necesario. La sociedad se rige por normas
que definen derechos y obligaciones; éstos existen a causa
de nuestro pecado, para poner límites a nuestra naturaleza
pecaminosa. La relación entre derechos y obligaciones es
tal que si una persona tiene un derecho, es obligación del
resto de la sociedad respetar dicho derecho. En este caso,
podríamos considerar los derechos de cada persona como
parte de su amor propio, y las obligaciones de cada
persona como parte del amor al prójimo. Si una persona se
ama mucho, exigirá de todos el respeto de sus derechos,
pero al hacerlo no le quedará tiempo ni energía suficiente
como para respetar los derechos de los demás; si todos
hiciéramos esto, está garantizado que no se respetarían los
derechos de nadie. (¿Les resulta familiar esta situación?)
Por otro lado, si todos respetamos los derechos de los
demás en lugar de concentrarnos en nuestros propios
derechos, el cumplimiento de los derechos de todos está
garantizado. De modo que mis derechos están limitados por
los derechos de mis prójimos. Y al respetar los derechos de
mis prójimos me estoy amando a mi mismo.
De modo similar, mi amor propio está limitado por mi amor
al prójimo. Pero una cosa es lo que yo llamo amor propio: el
reconocimiento del valor de mi vida por el simple hecho de
ser creación de Dios a su imagen y semejanza; y otra cosa
es lo que llamo ego: el deseo de tomar el lugar de Dios y
pretender que todo gire a mi rededor para mi comodidad y
capricho. El ego es el amor propio distorsionado y
corrompido por el pecado. Este amor propio tiene dos
consecuencias directas sobre mi relación con mis prójimos
y con Dios. No puedo negar el amor a mis prójimos por el
simple hecho de que los mismos motivos que tengo para
amarme también aplican a ellos del mismo modo y en el
mismo grado (todos somos creación de Dios y, en
comparación con Dios, todos somos igual de insignificates).
Pero no puedo amarme a mí mismo ni a mis prójimos si no
amo a Dios y no reconozco que su creación es buena y
digna de ser apreciada. Por lo tanto, el centro de todo sigue
siendo el primer mandamiento: Primero debo amar a Dios.
De hecho en las referencias proporcionadas se da por
sentado que TODO ser humano se ama a sí mismo. En
Mateo 22:39, el Señor está afirmando implícitamente que
puesto que todos nos amamos tanto a nosotros mismos, la
mejor manera de cumplir con la Ley, será amar a los demás
como lo hacemos con nuestras propias personas.
De esto deduzco que el amor propio, amarme a mí mismo,
De esto deduzco que el amor propio, amarme a mí mismo,
no es algo que desagrade a Dios por sí mismo; Dios espera
que nos amemos… del modo correcto y en el lugar que nos
corresponde. Pero siendo criaturas pecadoras, el único
modo de lograr esto, es desafanándonos de nosotros
mismos y poniendo toda nuestra voluntad y energía en
amar a Dios, y consecuentemente, amar a nuestros
prójimos por ser creación de Dios a su imagen… igual que
yo.
Por eso tampoco podemos negar categóricamente que
amarnos, en el sentido descrito, sea malo, pues después
de todo, es parte de un mandamiento expresado por el
mismo Señor Jesucristo, aunque cabe aclarar que es una
especie de parche a causa del pecado, de nuestro ego. No
obstante, podemos limitar los daños que dicho
mandamiento, erróneamente interpretado, pueda hacer por
medio de nuestra naturaleza pecaminosa.
Sólo a Dios la Gloria
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